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viernes, 1 de julio de 2011

Europa Cristiana - Peregrinación


Aquellos pasos preñados de espíritu cristiano dieron a luz a Europa, con tal fuerza que mientras el correr de los siglos va arrinconando en los museos sus propios logros, el Camino de Santiago renace en las investigaciones y excavaciones realizadas.

No se trata de un simple recuerdo del pasado; es un hoy. A la espontaneidad de aquellos penitentes que con su arriesgada aventura institucionalizaron el Camino, responden todavía las autoridades del presente. Definido como "el primer itinerario cultural de Europa" en 1987 por el Consejo de Europa, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1993 se siente ante su proximidad.

Las conversaciones evidencian el alejamiento entre nuestras cabezas y el mundo que dejamos atrás. Allí el peregrino se diluye entre las calles, las piedras y los miles de visitantes que le arrebatan el protagonismo. Las mas, las plazas de las Platerías y de la Quintana, la explanada del Obradoiro, me hacen sentir la condición de viajero por tierras extrañas; uno entre multitudes, en busca de algo difícil de definir.

Por si acaso, golpeo varias veces mi cabeza contra el santo dos Croques, en el pórtico de la Gloria, pues ya es bien sabido que estimula la inteligencia y aviva el espíritu. La fama de las peregrinaciones a Santiago se expandió de tal modo que llegó hasta los confines de China unos años antes de que Marco Polo penetrara en el imperio oriental.

Durante la Edad Media llegaron a contabilizarse entre doscientas y quinientas mil personas anuales. Las comunicaciones entre los pueblos europeos se hacían estrechas. Desde los puertos del sur de Inglaterra se acercaban ingleses, escoceses e irlandeses. Los alemanes remontaban el Rin y descendían el Ródano hasta encontrarse en Arles con los italianos. Por entonces, los peregrinos a Santiago se identificaban ya por una indumentaria típica, aún vigente en nuestros días, al menos en algunos de sus componentes.

Un sombrero de ala ancha para protegerse de la lluvia y del sol, el abrigo con esclavina, calzado fuerte para resistir las durezas de las piedras y malezas del camino, el bordón o bastón como punto de apoyo y para protegerse de las fieras, la calabaza con agua o el vino suficiente hasta la siguiente parada, el zurrón para los alimentos y la ropa, y una esportilla para el dinero.

A este equipo añadían, a la vuelta, la vieira, que solía sujetarse al sombrero, simbolizando las buenas obras, según el sermón Veneranda dies del Líber Sancti) acobi. Se desconoce el origen de la costumbre de adquirir la concha de este molusco, abundante en las rías gallegas, para convertirlo en testimonio del viaje. El hecho es que la Iglesia se reservó el control de su venta para asegurar el cumplimiento de la visita a la tumba del Apóstol. A pesar de todo, pronto aparecieron los fraudes. Los falsificadores vendían las conidias sin verificar que se hubiera realizado la peregrinación.