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viernes, 12 de agosto de 2011

Quintana Roo


El dios Chaac, desolado con la visión de los páramos terrenales, decidió descansar bajo la sombra de la ceiba celestial. Después de pensar un buen rato sobre cómo transformar aquellas tierras en hermosos y coloridos bosques, entre la bruma apareció la silueta de una mujer cuya piel era del color de la caoba.

Con su dulce voz se dirigió al abatido Chaac; "...por las venas de! yaaxché, fluye el líquido precioso que semeja lágrimas; es menester abrirlas para que el líquido sagrado se derrame sobre la Tierra".

La bella mujer se diluyó entre las sombras y el dios tomó las palabras de la revelación, hundiendo su poderoso cuchillo en la tierna corteza del árbol. El néctar sagrado emanó del tronco, obligando al cielo a descargar su primer aguacero, conocido como el chacalha. Brotaron así árboles y plantas. Desde entonces, después de las lluvias la bella mujer renace en forma de arco iris: era el espíritu del agua, tristemente cautivo dentro del tronco de aquella ceiba.

La realidad es que en toda la superficie del territorio que abarca el estado de Quintana Roo, milagrosos cauces de agua dulce y cristalina han horadado el subsuelo a través del tiempo, creando fantásticas cavernas llamadas cenotes. La creencia indica que estos pozos naturales servían de morada a las distintas deidades. Por ser centros del peregrinaje maya por excelencia, es frecuente encontrar en sus inmediaciones altares y magníficas estructuras ceremoniales.

El acceso a algunos de estos cenotes es un tanto complicado. Tal es el caso de Patchén, cuando se visitan las ruinas de Coba. Por eso es fundamental llevarse ropa cómoda, ya que el descenso hasta la laguna subterránea se realiza por medio de cuerdas (rapelling). El aliento perdido en el descenso no se recupera ni siquiera cuando los pies tocan tierra firme.