Se dice que en el departamento de Rocha nace el sol de la Patria... y con su dorado color, también nace el butiá. Ese humilde fruto de la palmera que lleva el mismo nombre, está siendo valorizado y saboreado entre nosotros desde hace relativamente poco tiempo.
Pero si rastreamos en la historia, encontramos que los charrúas gustaban tanto de los cogollos de ceibo como de los "coquitos" de esta palma: sus desechos y carozos revelaban después por dónde se habían desplazado.
Las leyendas alrededor de la edad de las palmeras, citan recuerdos de muchos siglos: hasta en las tumbas indígenas se han encontrado residuos de este fruto.
Paseando por Rocha, la presencia elegante y continua de las palmeras de color ceniciento, que forman los Palmares entre Castillos y Aguas Dulces no deja de sorprender.
En abril, los coquitos ya están maduros: dorados, dulces y jugosos, son disfrutables desde la vista al paladar. Hasta las bolsitas que nos venden a la orilla de la carretera tienen "ese encanto" tan especial.
Paisaje diferente, aves de variado plumaje y color, atardeceres únicos, marcan en nuestra memoria los tiempos pasados en ese entorno. Y los recuerdos del paladar nos acercan el "licor de butiá" chorreando un postre cremoso, así como la mermelada que traemos cada vez que visitamos La Paloma, como estirando un poco más el placer vivido, siempre breve.
Pero si rastreamos en la historia, encontramos que los charrúas gustaban tanto de los cogollos de ceibo como de los "coquitos" de esta palma: sus desechos y carozos revelaban después por dónde se habían desplazado.
Las leyendas alrededor de la edad de las palmeras, citan recuerdos de muchos siglos: hasta en las tumbas indígenas se han encontrado residuos de este fruto.
Paseando por Rocha, la presencia elegante y continua de las palmeras de color ceniciento, que forman los Palmares entre Castillos y Aguas Dulces no deja de sorprender.
En abril, los coquitos ya están maduros: dorados, dulces y jugosos, son disfrutables desde la vista al paladar. Hasta las bolsitas que nos venden a la orilla de la carretera tienen "ese encanto" tan especial.
Paisaje diferente, aves de variado plumaje y color, atardeceres únicos, marcan en nuestra memoria los tiempos pasados en ese entorno. Y los recuerdos del paladar nos acercan el "licor de butiá" chorreando un postre cremoso, así como la mermelada que traemos cada vez que visitamos La Paloma, como estirando un poco más el placer vivido, siempre breve.