No era lo mismo ver dónde mataron a Lennon, en la puerta del edificio Dakota de Nueva York, que cruzar por la cebra de Abbey Road en Londres.
En Buenos Aires, cuando pasaba frente al balcón de la Casa Rosada veía a Perón y a Evita estremecer a la multitud con sus arengas; y se hacía tiempo para detenerse en la confitería Saint lames a fin de observar a Borges en su mesa, con una mezcla de devoción y temor frente a sus implacables juicios.
Los cafés son escenarios de esas sensaciones, algunos tan populares que se han convertido en lugares de peregrinación: Le's Deux Magots y el café Des Fleurs de París, el café Gijón de Madrid o ll Grecco de Via Condotti en Roma; otros no tan populares, como los de la Ciudad Vieja de Bilbao a los que concurría don Miguel de Unamuno y, según la leyenda, antes de sentarse, decía: "No estoy de acuerdo, ¿de qué estáis hablando?"
Aquí las ausencias se le corporizaban como en la Costa Azul cuando fue a Cagnes-sur-Mer para ver al viejo Cúneo pintando incansablemente un paisaje que sería transformado por el desarrollo inmobilario. Los recuerdos de la niñez y la juventud le agregaban todo un bagaje afectivo.
Quizá porque esta sensación la tuvo por primera vez cuando, todavía adolescente, visitó un Maracaná desierto. Fue ahí, en el vestuario o en la salida del túnel -no lo recuerda- que vio un grupo de hombres vestidos de celeste y negro, escuchó los tapones de sus zapatos en el piso duro y sintió las palpitaciones que dejarían al estadio tan mudo y silencioso como estaba entonces, 16 años antes, a 50 años de hoy.
En Buenos Aires, cuando pasaba frente al balcón de la Casa Rosada veía a Perón y a Evita estremecer a la multitud con sus arengas; y se hacía tiempo para detenerse en la confitería Saint lames a fin de observar a Borges en su mesa, con una mezcla de devoción y temor frente a sus implacables juicios.
Los cafés son escenarios de esas sensaciones, algunos tan populares que se han convertido en lugares de peregrinación: Le's Deux Magots y el café Des Fleurs de París, el café Gijón de Madrid o ll Grecco de Via Condotti en Roma; otros no tan populares, como los de la Ciudad Vieja de Bilbao a los que concurría don Miguel de Unamuno y, según la leyenda, antes de sentarse, decía: "No estoy de acuerdo, ¿de qué estáis hablando?"
Aquí las ausencias se le corporizaban como en la Costa Azul cuando fue a Cagnes-sur-Mer para ver al viejo Cúneo pintando incansablemente un paisaje que sería transformado por el desarrollo inmobilario. Los recuerdos de la niñez y la juventud le agregaban todo un bagaje afectivo.
Quizá porque esta sensación la tuvo por primera vez cuando, todavía adolescente, visitó un Maracaná desierto. Fue ahí, en el vestuario o en la salida del túnel -no lo recuerda- que vio un grupo de hombres vestidos de celeste y negro, escuchó los tapones de sus zapatos en el piso duro y sintió las palpitaciones que dejarían al estadio tan mudo y silencioso como estaba entonces, 16 años antes, a 50 años de hoy.