Imagine ahora llegar a este Edén y ser recibido en el aeropuerto con un collar de flores-, en el hotel descubrir que su bungalow se encuentra al final de un puente de madera sobre el agua y que por una ventana en el piso puede observar a los peces multicolores nadando bajo sus pies.
Por la noche, el sonido del mar arrulla su sueño y a la mañana siguiente despierta para ver cómo el desayuno llega en canoa hasta su puerta. Una zambullida y ya estará disfrutando de las maravillas del snorkel.
A la hora del almuerzo, nada mejor que un romántico picnic en algún motu (islote) desierto y por la noche, una deliciosa cena tahitiana animada por las sensuales danzas iamure. Al desembarcar respire profundamente el aroma dulce y fuerte de la liare -esa flor tan típica de estas islas, muy parecida al jazmín-que se esparce por valles y montañas evocando la leyenda de una muchacha enamorada de un gallardo príncipe, muerta por no poder cumplir su más caro deseo: casarse con su amor.
Se dice que los cinco pétalos de la flor son sus dedos y que el crujido que hacen al abrirse por las mañanas es el ruido del corazón de la joven rompiéndose. Hoyen día, las mujeres la llevan detrás de la oreja derecha cuando quieren dar a entender que están disponibles, o tras la izquierda cuando su corazón ya ha sido tomado.
Los isleños son gente fuerte y amistosa; envueltos en coloridos pareos se toman la vida con tranquilidad mientras se dedican al cultivo de hermosas perlas negras. Descienden de excepcionales navegantes que hace más de tres mil años abandonaron el sudeste asiático para poblar las islas que van desde Hawaii hasta Tahití, atravesando el océano embravecido en busca del lugar ideal.
Con ellos trajeron sus mitos y leyendas, sus costumbres religiosas -que incluían sacrificios humanos- y el símbolo de su increíble coraje y honor: los tatuajes.
Los colores, sonidos y sabores de esta región inspirarían a escritores de la talla de Hermán Melville (Moby Dick) y Robert Louis Stevenson (La isla del Tesoro) y serían atrapados para siempre en las pinturas del francés Paul Gauguin.
Por la noche, el sonido del mar arrulla su sueño y a la mañana siguiente despierta para ver cómo el desayuno llega en canoa hasta su puerta. Una zambullida y ya estará disfrutando de las maravillas del snorkel.
A la hora del almuerzo, nada mejor que un romántico picnic en algún motu (islote) desierto y por la noche, una deliciosa cena tahitiana animada por las sensuales danzas iamure. Al desembarcar respire profundamente el aroma dulce y fuerte de la liare -esa flor tan típica de estas islas, muy parecida al jazmín-que se esparce por valles y montañas evocando la leyenda de una muchacha enamorada de un gallardo príncipe, muerta por no poder cumplir su más caro deseo: casarse con su amor.
Se dice que los cinco pétalos de la flor son sus dedos y que el crujido que hacen al abrirse por las mañanas es el ruido del corazón de la joven rompiéndose. Hoyen día, las mujeres la llevan detrás de la oreja derecha cuando quieren dar a entender que están disponibles, o tras la izquierda cuando su corazón ya ha sido tomado.
Los isleños son gente fuerte y amistosa; envueltos en coloridos pareos se toman la vida con tranquilidad mientras se dedican al cultivo de hermosas perlas negras. Descienden de excepcionales navegantes que hace más de tres mil años abandonaron el sudeste asiático para poblar las islas que van desde Hawaii hasta Tahití, atravesando el océano embravecido en busca del lugar ideal.
Con ellos trajeron sus mitos y leyendas, sus costumbres religiosas -que incluían sacrificios humanos- y el símbolo de su increíble coraje y honor: los tatuajes.
Los colores, sonidos y sabores de esta región inspirarían a escritores de la talla de Hermán Melville (Moby Dick) y Robert Louis Stevenson (La isla del Tesoro) y serían atrapados para siempre en las pinturas del francés Paul Gauguin.