Entrada destacada

Guía turística en Kenia

Viajar por Kenia requiere de todas las cosas que uno normalmente lleva cuando parte de viaje . Sin embargo, hay consejos que siempre viene...

Mostrando entradas con la etiqueta turismo en Marrakech. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta turismo en Marrakech. Mostrar todas las entradas

viernes, 26 de agosto de 2011

Marrakech


Jemma el-Fna ocupa una inmensa explanada delimitada por las construcciones tostadas que anuncian la entrada a los souks y surcada por efluvios tan diversos, como el de las brochettes de mouton (cordero) que se cuecen en una parrilla improvisada o el de los generosos tallos de menta que trae un hombre en la canasta de su bicicleta.

Para que quede claro que no todo es del color rosa-romántico que se ve en el sur del país, conviene recordar el pestilente olor de las heces de los caballos, utilizados en los carruajes que pasean a los turistas. Se podría decir que en la plaza convergen compradores, vendedores, policías distraídos -pero con ametralladora en mano-, papa-moscas y voyeurs. Cada uno puede elegir su rol, y naturalmente está permitido cambiarlo.

También sentados en el pavimento, los escribas públicos se reconocen porque les hace sombra un amplio paraguas negro. Por unos pocos dirhams ellos redactan cartas de amor y de negocios o certificados de divorcio. Los mecánicos dentales están sentados en una silla y tienen una mesa en la que exponen dentaduras postizas y con paciencia explican a sus clientes cómo resolver alguna inconveniencia gingival, molar o bucal.

Hay aguateros que portan agua pura dentro de un cuero de animal, artesanalmente preparado; lustrabotas, pirámides de acróbatas, monos que imitan -¡y a veces muerden!—, almendras a granel y alfombras colgadas de los techos: la propuesta es pletórica y acaso, por eso, tan estimulante.

Ser contador de historias es uno de los oficios más exitosos de la plaza, y -de acuerdo con la cantidad de público oyente-, también favorecido económicamente. No tiene libro ni apuntes, el artista se vale únicamente de su memoria y día tras día retoma el relato que incluye pinceladas de amor, trazos de violencia, tildes de tristeza y muchísimo suspenso.

No es que el árabe se deje entender, pero los rostros atentos de los que escuchan traslucen las emociones. Si en algún momento la confusión nubla la vista y el hambre se queja desde el estómago, vale hacer un pido y asilarse en alguno de los restaurantes que rodean la plaza y tienen balcones para no perderse ni un minuto de la fiesta cotidiana.

En un momento impreciso, entre la tarde y la noche, mil y un faroles se encienden en Jemma el-Fna, que se transforma en un extenso comedor. Decenas de carritos de comida con cacerolas humeantes, pavas de cobre y cocineros con gorro de chef se instalan y preparan manjares hasta la medianoche. La oportunidad es perfecta para probar el tajine, un consomé de legumbres con pollo o cordero o el cuscus, trigo molido y cocido.

Dejar Marrakech es como abandonar una fiesta que siempre está en su mejor momento. Sin embargo, el Sahara silencioso y desafiante que se inaugura hacia el oeste es una buena excusa para partir.