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domingo, 27 de noviembre de 2011

Guatemala y sus encantos



En el aeropuerto, representaciones del quetzal, el pájaro-símbolo del país, invitan a comenzar la aventura de recorrer Guatemala donde se entremezclan las culturas maya y española. La capital, rodeada en algunas zonas por antiquísimas ruinas, aún conserva espléndidos edificios del siglo XVII en adelante.

Entre estos testimonios de épocas pasadas se destaca la Catedral, completada en el año 1815, que alberga una extraordinaria colección de pinturas y figuras religiosas paseadas por las calles durante la Semana Santa.

Detrás de la Catedral se encuentra el Mercado popular, donde el visitante descubre las inesperadas artesanías del país del quetzal: cerámicas, canastas, juguetes, textiles de extraordinarios colores y dibujos, comidas elaboradas sobre la base del maíz, y postres: coyoles de miel, molletes, platanitos en mole, chancletas de güisque y bebidas tales como el atol de elote, fresco de chicha, rosa de lamaica y roncoco.

El tiempo se vuelve esquivo en Guatemala al tener que decidir entre ciudades, pueblos y montañas. Al alejarse el viajero de la capital se encuentra con descendientes de los mayas comunicándose en su antiguo idioma: sonidos guturales, difíciles de reproducir para quienes no hablan su lengua.

Raíces seculares afloran en rasgos asiáticos que recuerdan tantas teorías sobre lejanos orígenes. En general son de baja estatura y las mujeres visten maravillosas blusas y faldas multicolores bordadas a mano, con guardas y dibujos de diseños ancestrales; muestran, con orgullo, los tejidos fabricados por ellas mismas en telar de cintura, de uso cotidiano. Detalles de los vestidos identifican el origen de sus usuarios, sus pueblos de nacimiento, y poseen también múltiples significados mágicos y religiosos.

Durante la celebración de Semana Santa despliegan sus mejores ropajes adornados con collares, pulseras, aros y pectorales de diseños en apariencia posmodernos pero que son exponentes tradicionales de la estética maya. Antigua, la ciudad blanca, con sus característicos frisos de estuco, compite con Chichicas-tenango en la jerarquía de estas festividades; el contraste de la blancura de sus edificios con las alfombras de aserrín es provocativo.

La tradición comenzó en el siglo XVI, cuando las alfombras se confeccionaban con agujas de pino entrelazadas con flores; actualmente, los artistas despliegan su talento y creatividad en la vigilia del Viernes Santo, fabricándolas con flores frescas y aserrín, hoy más fino que el de otros tiempos, teñido artesanalmente con brillantes colores simbólicos que dibujan motivos religiosos mayas.

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