Es el Parque Nacional más pequeño de Costa Rica, pero es a la vez el más visitado, porque en una superficie de tan solo 683ha concentra una enorme variedad de especies animales y algunas de las mejores playas del país. Se encuentra sobre el Pacífico, a pocos kilómetros de Quepos, uno de los centros vacacionales más populares entre los costarricenses.
A la entrada, las sendas se bifurcan. Una lleva a una playa de arena blanca, bañada por un mar turquesa y calmo: la típica que aparece en las postales o en los sueños. Frente a ella hay un pequeño arrecife que alberga peces, caracoles y cangrejos, ideal para el snorkel. Una bandada de pelícanos vuela apaciblemente, completando el cuadro onírico.
La otra se interna en una selva modesta -pero selva al fin- con lianas que cuelgan de los árboles y pájaros multicolores que salpican el verde del follaje.
Con mucha suerte, se pueden llegar a ver armadillos, coatíes y algún ejemplar del tímido mono ardilla, pero mucho más frecuente es cruzarse con un grupo de monos capuchinos. Acostumbrados a la presencia del hombre, estos a primera vista simpáticos animalitos han desarrollado el hábito de mendigar alimento a cuanto turista encuentran.
Si con esta estratagema no los convencen -conscientes del daño que implica alimentar a los animales- se abalanzan sobre la comida al primer descuido y a veces se llevan, aprovechando el rapto, cámaras de fotos, remeras o cualquier cosa que puedan cargar.
A la entrada, las sendas se bifurcan. Una lleva a una playa de arena blanca, bañada por un mar turquesa y calmo: la típica que aparece en las postales o en los sueños. Frente a ella hay un pequeño arrecife que alberga peces, caracoles y cangrejos, ideal para el snorkel. Una bandada de pelícanos vuela apaciblemente, completando el cuadro onírico.
La otra se interna en una selva modesta -pero selva al fin- con lianas que cuelgan de los árboles y pájaros multicolores que salpican el verde del follaje.
Con mucha suerte, se pueden llegar a ver armadillos, coatíes y algún ejemplar del tímido mono ardilla, pero mucho más frecuente es cruzarse con un grupo de monos capuchinos. Acostumbrados a la presencia del hombre, estos a primera vista simpáticos animalitos han desarrollado el hábito de mendigar alimento a cuanto turista encuentran.
Si con esta estratagema no los convencen -conscientes del daño que implica alimentar a los animales- se abalanzan sobre la comida al primer descuido y a veces se llevan, aprovechando el rapto, cámaras de fotos, remeras o cualquier cosa que puedan cargar.
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