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jueves, 4 de agosto de 2011

Conociendo a Marruecos


A orillas del océano Atlántico, la capital del reino es bastante más serena y algo más ordenada que el resto de las ciudades imperiales. Conocida por sus bulevares de palmeras y flores, y el blanco de sus construcciones, Rabat es la residencia del rey Sidi Mohamed, hijo y sucesor de Hassan II.

Al referirse a la capital, inmediatamente se nombra a su hermana, Salé, sobre la margen derecha del río Bou Regreg. En el siglo X, una tribu de musulmanes bereberes fundó el pueblo de Salé (llamado Chella por los romanos) y del otro lado del río, un fortín para guarecer a los soldados. En 1150, el gran líder Abd El Moumen convirtió la modesta fortaleza de Rabat en una base de operaciones militares.

El nombre de la ciudad tiene su origen en aquella primera fortaleza o ribat. Cuando uno se acostumbra a la cotidianidad marroquí, se siente la necesidad de recorrer los souks, registrar imágenes y personajes nuevos, tomar un café en un fondouk o bar tradicional.

Así, cuando el orden de la ville nouvelle aburra, es posible desviarse por la avenida Hassan II, hacia la muchedumbre caótica de la medina.

En el mercado de los orfebres, Mohamed trabaja pacientemente el bronce con su martillo; los golpeteos ensordecedores parecen no molestar a su amigo Abdel que le habla sin cesar. Mohamed cada tanto se sonríe, pero no quita la vista de la bandeja que está a punto de terminar.

A pie por Souika, la calle principal, los distintos souks, de alfombras de seda, de babouches (chinelas típicas, en cuero) y calzado en general, de comida, de joyeros y de cerámica. Uno de los lugares más misteriosos de Rabat es el interior de la Kasba des Ouda'ías, la ciudadela fortificada que bien protegió a la tribu de los Ou-daías. El ingreso es por una puerta maciza y de relaciones armónicas, construida por Yacub El Mansour.

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