En sus dos últimos viajes a París se prometió no visitar el lugar donde se había estrellado el auto que llevaba a la princesa Diana y a sus acompañantes. Pero al pasar frente al hotel Ritz, en Place Vendóme, recordó el lujoso auto y vio a los pasajeros, ya acompañados por la muerte.
Estas percepciones le producían una fuerte emoción, especialmente cuando viajaba, con todos los sentidos agudizados, así como la memoria y la imaginación. Le gustaba instalar a los personajes, recordarlos vivos y en acción, especialmente en aquellos lugares que no habían sido transformados en monumentos ni edificios alusivos.
Por eso en Tierra Santa, teniendo a la vista ese desierto rocoso, prestaba atención a la predicación de los profetas y miraba con cierta indiferencia los santos lugares, donde en miles de años distintas generaciones transformaron un humilde pesebre en recargado templo.
Estas percepciones le producían una fuerte emoción, especialmente cuando viajaba, con todos los sentidos agudizados, así como la memoria y la imaginación. Le gustaba instalar a los personajes, recordarlos vivos y en acción, especialmente en aquellos lugares que no habían sido transformados en monumentos ni edificios alusivos.
Por eso en Tierra Santa, teniendo a la vista ese desierto rocoso, prestaba atención a la predicación de los profetas y miraba con cierta indiferencia los santos lugares, donde en miles de años distintas generaciones transformaron un humilde pesebre en recargado templo.
En algunos sitios de visita obligatoria, incorporados a los circuitos turísticos, sin permanecer indiferente, no sentía esa particular emoción.
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