MARATEA
Pasando por el Canal Mezzanotte hasta fundirse a lo lejos con las colinas de Calabria. Sus orígenes imprecisos la sitúan en la época griega, y su historia oscila entre momentos de tranquilidad con los monjes de origen greco-bizantino y períodos de sucesivas invasiones lombardas, normandas, angevinas, aragonesas y francesas, entre otras; luego vendrían los oscuros años del brigantismo y los favoritismos del Reino de Ñapóles.
De estos tiempos, la ciudad y su entorno guardan vestigios arqueológicos de los griegos, los restos del Castillo de Castrocucco -hoy habitado por los descendientes de un noble local- y ocho torres de vigilancia que aún pueden verse en estratégicos promontorios costeros. Una larga carretera que se abre camino entre el mar y la montaña surca las tres colinas, bordeando el centro histórico hasta la sofisticada marina donde año a año, durante la estáte italiana, varias estrellas de la farándula local -como la cantante Gianna Naninni o el presentador de televisión Fabrizzio Frizzi- fondean sus yates.
La hotelería está a la altura de sus visitantes. En parte debido a la geografía y otro tanto con la intención de conservar el encanto, abundan los tinque terre, hoteles construidos en la roca en distintos niveles, con distinguidas terrazas desplegadas en etapas, no muy recomendables para quienes no se encuentren en un aceptable estado atlético.
El desayuno en el Hotel Villa Del Mare, en Ac-quafredda, parece una escena de un filme holly-woodense de los '50: con Frank Sinatra de fondo, el sol atravesando las blanquísimas sombrillas y, a nuestros pies, la playa privada en la base del acantilado, el buffet tiene otro sabor.
Ya sea en auto, a bordo de un scooter bordeando los riscos, descendiendo las interminables escaleras hacia pequeñitas playas y caletas o en una goleta navegando las tranquilas aguas de la costa, Maratea está hecha para descubrirse y el punto idóneo para comenzar es el casco antiguo.
Pequeño y encantador, el centro histórico no plantea mayores desafíos para quienes -en los últimos días- hemos vivido un raid por iglesias barrocas, ruinas greco-romanas y castillos normando-suevos de la Puglia y la Basilicata.
Pasando por el Canal Mezzanotte hasta fundirse a lo lejos con las colinas de Calabria. Sus orígenes imprecisos la sitúan en la época griega, y su historia oscila entre momentos de tranquilidad con los monjes de origen greco-bizantino y períodos de sucesivas invasiones lombardas, normandas, angevinas, aragonesas y francesas, entre otras; luego vendrían los oscuros años del brigantismo y los favoritismos del Reino de Ñapóles.
De estos tiempos, la ciudad y su entorno guardan vestigios arqueológicos de los griegos, los restos del Castillo de Castrocucco -hoy habitado por los descendientes de un noble local- y ocho torres de vigilancia que aún pueden verse en estratégicos promontorios costeros. Una larga carretera que se abre camino entre el mar y la montaña surca las tres colinas, bordeando el centro histórico hasta la sofisticada marina donde año a año, durante la estáte italiana, varias estrellas de la farándula local -como la cantante Gianna Naninni o el presentador de televisión Fabrizzio Frizzi- fondean sus yates.
La hotelería está a la altura de sus visitantes. En parte debido a la geografía y otro tanto con la intención de conservar el encanto, abundan los tinque terre, hoteles construidos en la roca en distintos niveles, con distinguidas terrazas desplegadas en etapas, no muy recomendables para quienes no se encuentren en un aceptable estado atlético.
El desayuno en el Hotel Villa Del Mare, en Ac-quafredda, parece una escena de un filme holly-woodense de los '50: con Frank Sinatra de fondo, el sol atravesando las blanquísimas sombrillas y, a nuestros pies, la playa privada en la base del acantilado, el buffet tiene otro sabor.
Ya sea en auto, a bordo de un scooter bordeando los riscos, descendiendo las interminables escaleras hacia pequeñitas playas y caletas o en una goleta navegando las tranquilas aguas de la costa, Maratea está hecha para descubrirse y el punto idóneo para comenzar es el casco antiguo.
Pequeño y encantador, el centro histórico no plantea mayores desafíos para quienes -en los últimos días- hemos vivido un raid por iglesias barrocas, ruinas greco-romanas y castillos normando-suevos de la Puglia y la Basilicata.
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