La visita a Salvador es apenas el comienzo de un memorable recorrido por el litoral del estado, lleno de bellos paisajes que todavía no fueron tocados por el hombre. A lo largo de 750km nos encontramos con lugares como Ilhéus, Porto Seguro, Santa Cruz de Cabrália y Prado, que siguen mostrando tramos salvajes repletos de cocoteros, islas y mar de aguas cristalinas.
Itaparica (playas de agua tibia y poco profunda, del otro lado de la Bahia de Todos os Santos) es el punto de partida hacia el litoral sur, que actualmente tiene sus encantos más accesibles por la moderna ruta Línea Verde. Esta carretera recorre parte del litoral bahiano, desde Praia do Forte hasta Mangue Seco, en la frontera con el estado de Sergipe.
Aun el brasileño cuando visita Salvador por primera vez, queda impresionado. A cada paso hay una iglesia, bahianas gordas vendiendo acarajé, cocoteros y edificios con siglos de edad. Todo rodeado por playas y gente sonriente. Si es día de fiesta, los tríos que circulan por las calles con sus ritmos provocativos, hacen bailar hasta a las piedras.
Bajo el sol y las bendiciones del Señor do Bonfim, Salvador está más colorida. Escenario de las mayores expresiones artísticas e históricas de la ciudad, el Pelourinho -conjunto de las primeras casas- erigido en el corazón de esta comarca, recibió nuevos colores.
El centro histórico despierta desde 1985 atenciones especiales. Fue considerado por la Unesco, Patrimonio Cultural de la Humanidad y registrado como el conjunto más importante del estilo colonial brasileño. La restauración está devolviendo a los edificios e iglesias su apariencia original Las viejas construcciones, otrora con fachadas decadentes, fueron totalmente restauradas y en la actualidad abrigan tiendas, restaurantes y museos.
Por las calles del Peló (como los bahianos acostumbran llamarlo) el espíritu de la ciudad está presente en los compases marcados de grupos afros y en el olor del dende que invade el aire; sonidos y perfumes que solamente se encuentran en este territorio.