Las calles y plazuelas próximas al templo invitan a un relajado paseo sobre su empedrado, ofreciendo la mayoría de ellas unas pintorescas vistas sobre el cauce del Miño. Una buena hora para hacerlo, sin duda, es el amanecer.
En ese momento, cuando el día está despertando y el sol comienza a calentar las frías piedras de los muros, el contraste de colores configura una casi teatral perspectiva.
Como esta fue una ciudad amurallada, se abren a nuestro paso numerosos arcos, últimos vestigios de un recinto fortificado que en la actualidad solo conserva las puertas. Así, entre bellas muestras de arquitectura popular, llegamos a la iglesia de San Telmo, donde la influencia del barroco portugués no pasa inadvertida. Tan ecléctico edificio se asienta sobre una cripta que, según cuentan los más viejos del lugar, formó parte de la vivienda de este santo tudense.
Otros muchos tesoros de arquitectura religiosa guarda el casco urbano, como la iglesia de San Francisco, el convento de las Monjas Encerradas o la renacentista Capilla de la Misericordia. Pero nuestros pasos deben seguir el caminar de muchos lugareños, que discurren animadamente rumbo al monasterio de Santo Domingo, uno de los lugares de esparcimiento habituales de la villa.
Una senda completamente rodeada de castaños conforma la ruta a seguir para llegar a este lugar de recogimiento religioso. En sus inmediaciones, podemos encontrar bucólicos enclaves, como el conjunto formado por una agreste fuente de principios de siglo XVIII y su correspondiente lavadero donde, hasta no hace mucho tiempo, la mayoría de las mujeres del pueblo hacían la colada. La explanada contigua al monasterio, cuya figura muestra inconfundibles trazas góticas, invita a la conversación con los muchos tudenses allí congregados.
La vida social de la localidad recobra su máxima actividad todos los jueves (cuando se celebra el popular mercadillo, que data de 1679) y durante las fiestas en honor de San Telmo, donde se mezclan religiosidad, alborozo y gastronomía. De hecho, uno de esos días tiene lugar el Festival Popular de la Anguila, uno de los muchos manjares que proporciona el Miño.
En ese momento, cuando el día está despertando y el sol comienza a calentar las frías piedras de los muros, el contraste de colores configura una casi teatral perspectiva.
Como esta fue una ciudad amurallada, se abren a nuestro paso numerosos arcos, últimos vestigios de un recinto fortificado que en la actualidad solo conserva las puertas. Así, entre bellas muestras de arquitectura popular, llegamos a la iglesia de San Telmo, donde la influencia del barroco portugués no pasa inadvertida. Tan ecléctico edificio se asienta sobre una cripta que, según cuentan los más viejos del lugar, formó parte de la vivienda de este santo tudense.
Otros muchos tesoros de arquitectura religiosa guarda el casco urbano, como la iglesia de San Francisco, el convento de las Monjas Encerradas o la renacentista Capilla de la Misericordia. Pero nuestros pasos deben seguir el caminar de muchos lugareños, que discurren animadamente rumbo al monasterio de Santo Domingo, uno de los lugares de esparcimiento habituales de la villa.
Una senda completamente rodeada de castaños conforma la ruta a seguir para llegar a este lugar de recogimiento religioso. En sus inmediaciones, podemos encontrar bucólicos enclaves, como el conjunto formado por una agreste fuente de principios de siglo XVIII y su correspondiente lavadero donde, hasta no hace mucho tiempo, la mayoría de las mujeres del pueblo hacían la colada. La explanada contigua al monasterio, cuya figura muestra inconfundibles trazas góticas, invita a la conversación con los muchos tudenses allí congregados.
La vida social de la localidad recobra su máxima actividad todos los jueves (cuando se celebra el popular mercadillo, que data de 1679) y durante las fiestas en honor de San Telmo, donde se mezclan religiosidad, alborozo y gastronomía. De hecho, uno de esos días tiene lugar el Festival Popular de la Anguila, uno de los muchos manjares que proporciona el Miño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario