La luz de las primeras y últimas horas del día aporta a las imágenes de paisajes una calidez que potencia su relieve y su calidad plástica. Esas mismas tomas, realizadas al mediodía, parecerían mucho más duraaxplanas, por efecto de la fuerza del sol en su cénit.
Las películas de baja sensibilidad son las más aconsejables para estos casos, pues ofrecen mayor definición y permiten apreciar hasta los ínfimos detalles. Ahora bien, debido a su mayor lentitud, el trípode y el cable disparador resultan imprescindibles. Con ellos podremos utilizar un diafragma más cerrado (lió 16) y asegurar la nitidez tanto en planos cercanos como lejanos; además, así evitaremos que las instantáneas salgan movidas.
La fotografía de paisajes con luces extremas exige planificación. Hay que prever algo tan obvio como el punto por el que va a salir o ponerse el sol y su incidencia sobre los motivos que deseamos encuadrar. Aún más: conviene anticiparse a los efímeros momentos crepusculares, incluso con horas de antelación; esta estrategia, aunque parezca exagerada, permite ensayar las mejores composiciones, la profundidad de campo y las distintas ópticas que pueden utilizarse.
Cuando se trata de costa o de zonas llanas con amplios horizontes, hay que tener en cuenta que la cálida luz rasante incide en los más pequeños accidentes y proyecta sombras alargadas sobre el terreno. La sensación de relieve que se consigue gracias a ella hace que hasta las más monótonas llanuras adquieran una atracción inimaginable.
Otros efectos recurrentes que brindan los atardeceres son los clásicos contraluces. Con ellos hay que tener cuidado de que no aparezca la típica "escalera de prismas" que puede arruinar una fotografía. Esta se puede paliar en gran medida colocando la mano o un papel a modo de visera sobre el objetivo de la cámara.
Las películas de baja sensibilidad son las más aconsejables para estos casos, pues ofrecen mayor definición y permiten apreciar hasta los ínfimos detalles. Ahora bien, debido a su mayor lentitud, el trípode y el cable disparador resultan imprescindibles. Con ellos podremos utilizar un diafragma más cerrado (lió 16) y asegurar la nitidez tanto en planos cercanos como lejanos; además, así evitaremos que las instantáneas salgan movidas.
La fotografía de paisajes con luces extremas exige planificación. Hay que prever algo tan obvio como el punto por el que va a salir o ponerse el sol y su incidencia sobre los motivos que deseamos encuadrar. Aún más: conviene anticiparse a los efímeros momentos crepusculares, incluso con horas de antelación; esta estrategia, aunque parezca exagerada, permite ensayar las mejores composiciones, la profundidad de campo y las distintas ópticas que pueden utilizarse.
Cuando se trata de costa o de zonas llanas con amplios horizontes, hay que tener en cuenta que la cálida luz rasante incide en los más pequeños accidentes y proyecta sombras alargadas sobre el terreno. La sensación de relieve que se consigue gracias a ella hace que hasta las más monótonas llanuras adquieran una atracción inimaginable.
Otros efectos recurrentes que brindan los atardeceres son los clásicos contraluces. Con ellos hay que tener cuidado de que no aparezca la típica "escalera de prismas" que puede arruinar una fotografía. Esta se puede paliar en gran medida colocando la mano o un papel a modo de visera sobre el objetivo de la cámara.
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