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sábado, 2 de julio de 2011

Turismo y Religión


Esa fue la causa de la invención de dos documentos expedidos por la autoridad eclesiástica: las credenciales y la Compostela. Antes de empezar su periplo, el romero procuraba obtener las credenciales, que le servían como carta de recomendación y salvoconducto durante la ruta. Con su posesión era bien acogido en los numerosos albergues del Camino y en los hospitales, donde se le facilitaban atenciones alimentarias, médicas y religiosas.

La Compostela se obtenía al llegar a Santiago y, por ella, el cabildo catedralicio certificaba que la persona había realizado la peregrinación. Ambos documentos siguen utilizándose en la actualidad.

Muchas de estas personas eran enfermos crónicos, desahuciados, lisiados, que acudían al Apóstol en busca del milagro de la salud. Para ellos existían hospitales especiales, donde se los aislaba del resto de los mortales. En el afán por reglamentar toda la vida pública durante su reinado, los Reyes Católicos implantaron una serie de medidas en relación con los albergues.

Regularon los precios, se establecieron disposiciones para que abundase en ellos la comida y se organizaron inspecciones a los mesones para controlar su buen estado. Ellos mismos peregrinaron en 1488. Al llegar comprobaron que a pesar de todas estas medidas, los pacientes no eran bien atendidos. Por eso decidieron instalar el Hospital Real, que comenzaría a construirse en el siguiente siglo, y que hoy se ha convertido en el Parador de los Reyes Católicos, hotel de gran lujo frente a la Catedral.

La afluencia de multitudes hacia el sepulcro del santo acarreaba variados problemas, como el de la falta de higiene. Los albergues no disponían de servicios adecuados para la limpieza total de sus huéspedes, que se contentaban con lavarse parcialmente en las fuentes y ríos encontrados en su andar. Las consecuencias se hicieron sentir de modo especial en las aglomeraciones que se producían en la catedral compostelana.

De esta consideración arranca la creencia de que el botafutneiro se inventó para contrarrestar los malos olores que la muchedumbre dejaba en la iglesia. Si bien es cierto que su enorme tamaño permite la quema de una gran cantidad de incienso (como bien expresa el vocablo gallego bota-fume) y por consiguiente su amplia distribución por todo el templo, eliminando cualquier tipo de olor, su finalidad primordial correspondía a lo que era: un incensario, símbolo de purificación espiritual y alabanza, cuyo enorme tamaño estaba justificado por las dimensiones espirituales del templo.

Sigue siendo el corolario de los días de gran fiesta, acompañado por el atronar del órgano y el canto del himno del Apóstol, en gesto de alabanza y acción de gracias a Dios. Para ponerlo en funcionamiento se precisa la fuerza de ocho hombres, conocidos con el nombre de tiraboleiros. Pesa 54 kilos y vuela sobre las cabezas de los fieles hasta casi alcanzar los techos catedralicios a una velocidad de 80 km/h. Este constituye uno de los espectáculos más típicos y suge-rentes de la catedral compostelana.

El Camino de Santiago permite ser recorrido de diferentes maneras. La pregunta sigue abierta: ¿quién puede explicar ese desplazamiento de gente a lo largo de más de mil años? No hay respuesta final. Solo cabe rendir homenaje a los millares de pasos que marcaron el sendero. Y escuchar los ecos que la historia dejó en ellos.

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