OAHU PARA TODOS
Un vuelo de 5 horas desde Los Ángeles deja a los turistas en un aeropuerto bastante moderno y muy activo, donde aún son recibidos con un sincero aloha y el tradicional lei de flores frescas y perfumadas, por gente que lleva en su sangre la hospitalidad milenaria de los polinesios.
En el trayecto desde el aeropuerto, lo primero que llama la atención es que prácticamente todos los autos que circulan por la autopista tienen una o varias tablas de surf en el techo. Este deporte es tan popular por estos lares, que no es raro ver surfistas en el agua desde el amanecer hasta varias horas después de la caída del sol.
Waikiki, la "capital" del surf, constituye el centro del turismo activo. Los grandes hoteles ubicados sobre la costa tienen terrazas y piscinas casi al borde del océano, que además de ser muy agradables durante el día, se transforman en lugares casi mágicos cuando el sol baja, se encienden las antorchas, y comienzan la música y las canciones típicas. A pocos pasos, a lo largo de la Avenida Kalaka-hua, dos o tres grandes centros comerciales y una sucesión interminable de tiendas de las más conocidas marcas internacionales ostentan sus productos de lujo a precios aptos para japoneses ricos. Sin embargo, pequeñas tiendas y algunos mercados al aire libre (el más concurrido y variado es el International Street Market) ofrecen artesanías y recuerdos de todo tipo a precios accesibles.
La otra cara de Oahu está fuera de Waikiki, en la infinita serie de playas perfectas y en los mil y un entretenimientos que propone la isla.
Realmente la oferta es tan amplia e interesante que resulta difícil elegir. Una de las más insólitas es un vuelo en planeador que nos tienta con la posibilidad de volar sin el ruido del motor, con el zumbido del viento en los oídos y los ojos inundados de cielo, mar y montaña. Tiene dos momentos fantásticos: cuando el avión que lo eleva suelta la cuerda y el planeador parece quedar suspendido en el aire, y el aterrizaje sobre una sola rueda, ubicada en el medio de la fragilísima estructura.
Otra posibilidad es remar en un kayak por el océano abierto, con la compañía de tortugas de casi lm de diámetro que nadan a su lado a sorprendente velocidad; o entrenarse en menos de media hora para hacer snuba (buceo verdadero a lOm ó 15m de profundidad) que en lugar de complejos tanques y válvulas utiliza una pequeña balsa de la que bajan varias líneas de oxígeno para otros tantos buceadores y permite apreciar de los arrecifes donde la vida tiene tantos colores y figuras que parece diseñada por un pintor surrealista.
Si aún le queda tiempo, nade con delfines, recorra la isla en helicóptero, vuele en un biplano de la Primera Guerra Mundial, haga parapente o parasailing, admire el atardecer frente a Waikiki en un catamarán o alquílese una Harley o un Mustang convertible (rojo, por supuesto) y cumpla su fantasía. En Hawaii se puede, porque todo está disponible y porque los precios son relativamente razonables en valores internacionales.
Para conocer más profundamente la cultura autóctona, dedíquele un día completo al Polynesian Cultural Center, una especie de parque temático con "aldeas" donde se reviven las culturas locales de todas las islas del triángulo polinesio: Tahití, Tonga, Samoa, Nueva Zelandia, Fiji, Marquesas y Hawaii.
En resumen, el secreto de Oahu es que tiene algo para todos los gustos, para todas las edades y para todos los estilos de turismo, en un entorno natural que, para muchos, es la imagen misma del Edén.
Un vuelo de 5 horas desde Los Ángeles deja a los turistas en un aeropuerto bastante moderno y muy activo, donde aún son recibidos con un sincero aloha y el tradicional lei de flores frescas y perfumadas, por gente que lleva en su sangre la hospitalidad milenaria de los polinesios.
En el trayecto desde el aeropuerto, lo primero que llama la atención es que prácticamente todos los autos que circulan por la autopista tienen una o varias tablas de surf en el techo. Este deporte es tan popular por estos lares, que no es raro ver surfistas en el agua desde el amanecer hasta varias horas después de la caída del sol.
Waikiki, la "capital" del surf, constituye el centro del turismo activo. Los grandes hoteles ubicados sobre la costa tienen terrazas y piscinas casi al borde del océano, que además de ser muy agradables durante el día, se transforman en lugares casi mágicos cuando el sol baja, se encienden las antorchas, y comienzan la música y las canciones típicas. A pocos pasos, a lo largo de la Avenida Kalaka-hua, dos o tres grandes centros comerciales y una sucesión interminable de tiendas de las más conocidas marcas internacionales ostentan sus productos de lujo a precios aptos para japoneses ricos. Sin embargo, pequeñas tiendas y algunos mercados al aire libre (el más concurrido y variado es el International Street Market) ofrecen artesanías y recuerdos de todo tipo a precios accesibles.
La otra cara de Oahu está fuera de Waikiki, en la infinita serie de playas perfectas y en los mil y un entretenimientos que propone la isla.
Realmente la oferta es tan amplia e interesante que resulta difícil elegir. Una de las más insólitas es un vuelo en planeador que nos tienta con la posibilidad de volar sin el ruido del motor, con el zumbido del viento en los oídos y los ojos inundados de cielo, mar y montaña. Tiene dos momentos fantásticos: cuando el avión que lo eleva suelta la cuerda y el planeador parece quedar suspendido en el aire, y el aterrizaje sobre una sola rueda, ubicada en el medio de la fragilísima estructura.
Otra posibilidad es remar en un kayak por el océano abierto, con la compañía de tortugas de casi lm de diámetro que nadan a su lado a sorprendente velocidad; o entrenarse en menos de media hora para hacer snuba (buceo verdadero a lOm ó 15m de profundidad) que en lugar de complejos tanques y válvulas utiliza una pequeña balsa de la que bajan varias líneas de oxígeno para otros tantos buceadores y permite apreciar de los arrecifes donde la vida tiene tantos colores y figuras que parece diseñada por un pintor surrealista.
Si aún le queda tiempo, nade con delfines, recorra la isla en helicóptero, vuele en un biplano de la Primera Guerra Mundial, haga parapente o parasailing, admire el atardecer frente a Waikiki en un catamarán o alquílese una Harley o un Mustang convertible (rojo, por supuesto) y cumpla su fantasía. En Hawaii se puede, porque todo está disponible y porque los precios son relativamente razonables en valores internacionales.
Para conocer más profundamente la cultura autóctona, dedíquele un día completo al Polynesian Cultural Center, una especie de parque temático con "aldeas" donde se reviven las culturas locales de todas las islas del triángulo polinesio: Tahití, Tonga, Samoa, Nueva Zelandia, Fiji, Marquesas y Hawaii.
En resumen, el secreto de Oahu es que tiene algo para todos los gustos, para todas las edades y para todos los estilos de turismo, en un entorno natural que, para muchos, es la imagen misma del Edén.